11/29/2010

Wellcome

Luisa...

Espero te sea bueno.

R.

10/15/2008

Odio

... a los Notarios.

6/16/2008

Carta No. 4

Ahora estoy viendo a las hormigas.
Hacen un camino que va de su hormiguero al cadáver de un pájaro.
Las hormigas viven en hormigueros y los pájaros en nidos; todos los animales tienen un lugar de residencia fijo. Sea por temporadas o sea permanente, siempre saben llegar a él.
Nosotros, en cambio, somos itinerantes. Por ejemplo, yo: en este momento estoy en un parque, en una ciudad que es igual a todas y que carece de encanto, no se ni cómo se llama ni porqué carajos estoy aquí, tan lejos de ti.
Y en esta ciudad anónima en la que estoy, sólo hay personas grises; de esas que no contestan los “buenos días” en los elevadores.
Llevo ya dos años aquí, en un hotelucho “céntrico”. Pero no se si llevo dos años; tal vez lleve un día, o toda la vida, o algunas horas. Pero estoy lejos de ti y eso es lo importante.
Por lo general, la gente gris jamás se cuestiona lo importante. Es por eso que compra muchas cosas: tiene la necesidad de satisfacer necesidades, pero les incomodan las necesidades de fondo, entonces buscan otras que sean de fácil satisfacción. Si así operaran mis esquemas mentales, compraría algunas cosas de esas que se ven lindas en casa, me acostaría con las mujeres de los burdeles y tendría amigos grises.
Parece que no hablo el idioma de la gente gris. Pero se que hablo el idioma que tú entiendes, porque es el mío también y el de un montón de personitas de muchos colores que viven en islas de felicidad, donde las cosas no son tan importantes, salvo las realmente importantes que no se satisfacen nunca, como el tenerte a mi lado.
Y entonces las hormigas y los pájaros muertos y llenos de tierra bailan un vals en mi cabeza: el vals de lo importante, como el comer o el volar; y luego regresan a sus hormigueros/nidos, donde los esperan las lombrices, felices, para contarles cómo les fue en el día: cuántos hoyos hicieron. Y, de pronto, hacen el amor y se confunden con las plantas y con el cielo que sabe a mar, porque es una ciudad costera, y bailan otro vals que se llama baile del equilibrio. Y yo los veo absorto en mis ideas de hombres grises y te extraño como loco y me duele en un lugar indescriptible: el alma.
Pero ahora me doy cuenta de que ya no estoy en el parque de antes, el mundo cambió de posición (seguramente su eje de rotación ha de estar algo desbalanceado, yo lo he sentido así, Dios, el mecánico, debería revisar los ejes) y me encuentro en un restaurante, con una rubia que me ve a los ojos, con expectativa, y meto mi mano en el saco que está colgado en el respaldo de mi silla y noto un anillo. Pero no se quién es la rubia y mejor cambio el tema y le digo “buenos días rubia-gris, ¿sabes tú de los hormigueros/nidos?; ¡pero qué bien hemos comido!” y me contesta en un idioma indescifrable y sus ojos poco a poco toman una tonalidad como de ausencia, como de gris. Y salgo sin pagar la cuenta, como pasa con la vida: son los que nos sobreviven quienes pagan los platos rotos que dejamos.
Y quiero alejarme, pero al parecer no puedo porque tengo una ausencia que atesoro y que se llama tú. Y esa ausencia me impide irme de esta ciudad gris donde nadie comprende lo que son los hormigueros/nidos ni saben de las lombrices ni conocen del idioma de las personas de colores. Y esa ausencia se llama tú porque también eres de color, como yo y como el montón de personillas de las islas felices de Grecia donde pasé el verano pasado, entre tus manos que saben a sal, como el Mediterráneo, y tus ojos color de aceituna y tus muslos que son de cielo pero que saben a lavanda.
Y se que ahora no me amas porque me fui, y que seguro tienes otro turista americano como yo entre tus muslos de lavanda y mediterráneo, y se que no puedo regresar, pero se tu nombre que es Helena y tu color que es verde y tu idioma que es azul pero que sabe a beso.
Entonces te escribo esta carta, que se llama para Helena y que es de color magenta pero que sabe un poco a carmesí, fuerte y amargo, pero sutil como el café que hacen los griegos.
En el sobre pongo tu nombre y un beso que espero llegue intacto.

Ricardo.

5/05/2008

El Hombre de papel me hace escribir

Este post tiene un sólo propósito: la fides romana; la lealtad a la palabra.
Como no tengo nada que escribir, llevo algún tiempo así, pongo a consideración del amable público aquel hermoso capítulo de nuestros amigos amarillos (cuyos nombres omito por temor a vérmelas negras con el IMPI) en el cual el dueño de la taberna se convierte en un poeta de época gracias a las brillantes aportaciones de L.
En contraposición con lo anterior, pido a todos que lean Orlando o, al menos, que le den una checada a la biografía de V. Woolf.
Saquen sus conclusiones.
Por último: pongo a consideración de los lectores una frustración que, a la fecha, no había exteriorizado: ¿porqué carajos los episodios nuevos de House MD son los que siempre me pierdo?, ¿de que coños sirve "c-v on demand" si no se pueden grabar los capítulos que yo quiero?

3/03/2008

Posteo en mi Bló

Posteo en mi Bló y no se por qué.
Pocas cosas nuevas hay.
La vida es una mierda.
Los exámenes me pesan, maldito orgullo.
El ingenio, si es que alguna vez lo tuve, lo he perdido.
Creo que me estoy quedando ciego.
La palabra "sigmoides" me da risa.
Qué reputísima, miserable y mierda hueva.
No me gusta escribir groserías; se ve ñoño, como de primaria.
Escribo estas líneas con el sólo fin de que no cancelen mi bló.
En el fondo, se que todos "TODOS" comparten mi apatía.
No voy a postear hasta que ésta entrada reúna más comentarios que la entrada inmediata anterior.
Buenas noches, buena suerte.

10/26/2007

Carta No. 3 (o intento de ella)

Ayer sentí que me moría y no me dio miedo. Quizás no me dio miedo porque en el fondo sabía que no me iba a morir, o tal vez sí, eso no lo recuerdo, de lo único que estoy seguro es que sentí morirme.
Y la muerte no es tan mala como la describen ni tan bella como la anhelamos. Es más bien una cosa mediocre, como mi vida; una voz que se parece a la tuya te dice al oído, suave, casi imperceptible: bueno, ya es hora. Y entonces quieres quejarte, gritar, hacer escándalo, pero sabes que no vale la pena. Además, de qué sirve quejarse de lo inevitable, ¿a quién le hace caso Dios cuando llueve?
Entonces, mientras me moría, pensé en ti. Y no del tipo de recuerdo ¡cuánto la extraño! Más bien fue un recuerdo vago, como de una tira cinematográfica amarillenta por la nicotina de un cigarro a medio fumar, sentado en un cenicero de Acapulco, del viaje que hicimos hace veinte años. Mientras me moría recorrí la habitación donde ahora me hospedo con mis pocas cosas, la recorrí con la vista por sus cuatro rincones para matar tiempo, y, mientras me moría, me di cuenta de que mis pocas pertenencias se parecen a ti. Vi tu rostro fragmentado al interior de mi maleta, tu nariz por aquí, junto a ese suéter rojo, una oreja tuya en la portada de mi libro, tus labios en el cuello de mi camisa blanca. Pero a tu alma no la vi, ni fragmentada ni entera.
Ayer, mientras me moría, quise ver tu alma una vez más, pero lo único que vino a mi mente fue tu rostro fragmentado y una película tuya, donde salía yo a veces, nublada por una cortina amarilla de humo.
Después no se que pasó, pero, al parecer, me levanté de la silla y ya no me estaba muriendo. Volví la mirada a la cama esperando hallarte allí, desnuda, como tantas veces pasaba, pero no estabas. Y entonces salí del hotel, a buscarte por las calles, a gritar ese estúpido apodo vergonzoso que usaba cuando hacíamos el amor.
En la calle, más que en el hotel, todo me recuerda a ti; quizás porque París es tu ciudad favorita, quizás porque tú alguna vez pintaste a orillas del Sena, no lo se, pero todo tenía un aire tuyo y, sin embargo, no te podía encontrar. Entonces regresé al hotel a escribir. Tal vez toda esta manía mía de encontrarte no tenga ni pies ni cabeza y me esté haciendo daño a la salud, tal vez es por ti que me estaba muriendo. Y lo que sí es culpa tuya es que todo me recuerde a ti; verás: si te hubieras ido así como así, como tantas veces amenazaste, no te hubiera seguido, no estaría viajando por todos tus lugares favoritos deseando encontrarte. Lo hubiera aceptado, eso es todo, como ayer, que acepté que me moría. Pero no, tuviste que haber dejado esa estúpida carta con esa estúpida explicación. ¿Qué no entiendes que, a mi edad, no estoy como para explicaciones?, además, sabes mejor que yo que no me quedaba más remedio. A mi no me hicieron con ese molde de la estúpida autosuficiencia; no puedo estar solo y con la muerte tan cerca.
Y ahora que te escribo, después de haber caminado como un desgraciado por todo París sin hallarte, me vienen a la mente otros recuerdos de la película de tu vida. Son las escenas que no compartiste conmigo; te veo abrazando a otros hombres que no se parecen en nada a mí, que son como hombres de gris, sin rostro y con un solo propósito: burlarse de mí; me rodean como los niños de mi infancia para canturrear “ella no es tuya”, y trato de contestar, en verdad trato, pero se que es inútil porque tienen razón. No, no eres mía y nunca lo fuiste, y ahora me siento peor porque soy yo el que te busca.
Y te busco no porque me interese que me hagas notar mis errores, ni que me digas en qué fallé y qué fue lo que te llevó a dejarme, ni porque quiera que me expliques qué significa la carta que me dejaste a modo de despedida. Yo te busco porque no quiero estar solo, y ni siquiera eso, porque no es el “estar” lo que me preocupa, más bien es morir solo lo que me aterra.
Ya se que me dirías que me consiga a alguien más, porque así eres tú; me dirías que es de lo más sencillo, que nadie es indispensable y que la vida es relativamente fácil, que ya lo has hecho muchas veces. Pero ahora piensa ¿cómo diablos voy a conseguir a alguien, a mi edad, que quiera morir conmigo?, más aún ¿qué debo hacer?, ¿cómo me presento: holaquetalsoytalmeparecesadecuadaquieresmorirconmigo?
Sabes que te necesito, sabes que mi vida es como un rompecabezas y que, a pesar de que son muchas las piezas que le faltan, la central eres tú. Y no te voy a decir que te amo porque es una estupidez y una niñería, pero sí puedo decirte que te celo demasiado y que, antes de morir, debo encontrarte.
Ahora voy a cerrar la carta y ponerla en una botella que arrojaré al Sena, después seguiré mi camino a Barcelona y finalmente hasta llegar a ti, a tu alma fragmentada, difusa y compartida.
Sólo espero que encuentres esta carta mía en el fin de logos, cuando todo sea lo mismo y nuestras almas se junten otra vez, como cuando hacíamos el amor.

Ricardo.

9/03/2007

Extraño antojo

Quisiera:
Caminar por Parque España, en la Condesa, paseando a un perro labrador, vestido yo con un saco de tweed con parches de gamuza en los codos y el libro de Milan Kundera "La insoportable levedad del ser" en la bolsa exterior izquierda del saco.
Un capuchino con un sobrecito de Canderel.
Una de esas bicicletas nuevas que parecen viejas.
Un loft en la calle de Hegel, en Polanco.
El reloj Mont-Blanc que anuncia Nicolas Cage.
Memorizar la Rv.
Beber Chardonay hasta la embriaguez.
¿La Felicidad?

6/15/2007

Carta No. 2

Hoy me han pedido direcciones. Era una pareja joven, que produjo en mi el ineludible recuerdo de cuando fuimos a Venecia. Pero hoy no había canales ni romanticismo, solo el triste parque de siempre que separa la casa de la cafetería.
Hoy me pidieron direcciones. Me gusta que me pidan direcciones, me da una oportunidad de inmiscuirme en la vida de otros, de tomar un papel algo paternalista (que se nota siempre en la voz), explicar como si fuera un anciano venerable los qués y los cómos de mi colonia, porque es mía, lo sabes, he vivido aquí desde hace más de treinta años.
Hoy me pidieron direcciones y me acordé de ti y de mí. Hubiera querido que esa joven pareja se quedara a hacerme compañía, intenté ser franco y simpático, incluso traté de hacer conversación, pero un rayo seguido de un trueno premonitorio sesgó la breve plática sobre el clima. Aquí es otoño y ya empieza a hacer frío, me duelen las rodillas de vez en cuando y eso es clara señal de que se acerca la Navidad. La Navidad para muchos es una fiesta feliz, hay regalos y champaña, hay pavo relleno, ensalada de manzanas con nuez, peladillas, pastel de frutas y cerveza “Nochebuena”.
Ahora que se acerca la Navidad y los terribles fríos de diciembre saqué de su funda mi viejo abrigo, que me hace ver aún más gordo, pero eso ya no importa, porque ¿quién se fijaría en mi?, ya soy mayor, tengo pelo escaso y canas abundantes y una barriga que parece un globo, que está en constante pulla con el cinturón. Soy un costal de monerías. De chico me decían que era yo un estuche de monerías, pero ahora que mi barriga parece la de un gato inflado y tengo un pequeño saco de piel oscilante debajo del mentón pienso que el término “estuche” no alcanza a agotar el género de mis tripas. Ahora soy un costal.
Cuando fuimos a Venecia los dos éramos unos chiquillos, nuestras pieles estaban todavía en su lugar, no nos daba vergüenza desnudarnos. También en Venecia fue la primera vez que te dije que te amaba. Lo recuerdo muy bien, te lo dije debajo de un puente, en la noche, mientras te mecías en mis brazos; te lo susurré al oído y tú te hiciste la loca.
Ahora, cuando veo las estrellas también me acuerdo de ti, de cómo no me amaste durante tantos años, de la noche en que te fuiste sin decir adonde y de las interminables noches de ausencia. Y no es tu ausencia la que me preocupa, pues se que nunca fuiste del todo feliz conmigo, me preocupa mi ausencia, porque a veces me pierdo, pensando en ti, en los detalles, en el capuchino con dos de azúcar que tomabas en las mañanas y en tus labios.
Hoy que me han pedido direcciones me he acordado de ti y de mi, de nuestro principio prometedor y nuestro inevitable final. Las partes de en medio me las he saltado porque se que no te importan. Y pensé que consumimos tu y yo la vida del otro, nos exprimimos, nos obligamos a ver lo que queríamos ver, las Navidades en casa de tus padres, tus amigos y los míos juntos en la casa, las flores que yo no te daba y las cartas que tu no me escribías.
Se que soy viejo, pero también se que, en el fondo, sigo siendo el mismo niño que te confesó su amor bajo aquel puente en Venecia, sigo siendo el mismo joven que se casó contigo hace tantos años. La edad sólo ha borrado un poco de mi ingenuidad primeriza, ahora se que nunca me amaste, porque me lo habrías dicho aquella noche estrellada en Venecia, bajo ese puente al que ahora vuelvo.
Y, sin embargo, noto que el puente no tiene nada de espectacular, ni la noche estrellada, ni el beso, ni Venecia tiene nada de mágico. Noto que tu nunca fuiste sincera, que yo sólo fui una de esas cosas pasajeras que duran demasiado, como una turbulencia en un avión o una lluvia de verano, como las flores que nunca nadie quita del florero aunque estén marchitas. Pero lo que tu no has visto es que esas flores que decidiste abandonar el florero de tu vida generaron semillas, fértiles con tu agua. Se llaman Ángel y Paloma, los conoces, son nuestros hijos.
Demoraste demasiado en el viaje hacia mis adentros, y se te fue la vida como el “vaporetto” que perdimos en Venecia, por besarnos demasiado. Ya también eres vieja y me dicen que con él eres feliz a su modo, que viven en Cuernavaca y que él es seis años menor.
La noche que me dejaste sin decir nada te fuiste a vivir con el. Antes me importaba, pero mi ausencia me ha llevado a olvidarme de todo. Fui madre y padre de nuestros únicos aciertos, y aunque me visitan cada dos o tres días, los noto contagiados de mi misma ausencia, no la que me provocaste tú, sino la mía, que es como una entidad aparte, diferente, autoinducida.
Y esa ausencia me hace olvidarte todavía mas, te alejas en mi memoria como un tren, haciéndote más y más pequeña cada vez, porque ni Ángel ni Paloma se parecen a ti.
Ángel es muy serio, tiene un muy buen trabajo y está estudiando una maestría, Paloma se casó con un buen tipo, algo simplón, como yo. Ella es dominante y férrea, estudió medicina y trabaja con pacientes con cáncer, quizás cuando yo me muera no le sorprenda demasiado.
Hoy me pidieron direcciones y me encontré hablándoles a un par de jóvenes desconocidos sobre el clima, la colonia y la calle por la que me preguntaron. Me sentí ridículo. ¿Con qué autoridad doy yo direcciones?
Después de haberles explicado como llegar a aquella calle, compré un capuchino, con dos de azúcar como sé que te gusta y me senté a llorar, en mi ausencia nadie me da direcciones.

Ricardo.

5/14/2007

Carta No. 1

Llueve, siempre llueve. Antes me gustaba porque todo estaba verde y vivo, ahora ya no lo soporto. Lo verde de antes cedió a la tonalidad desagradable del moho. Moho en todas partes; esta casa huele muy mal, como a calcetines viejos que algún anciano puso a secar sobre uno de esos calentadores eléctricos que fueron todo un descubrimiento en su época.
Huele también a queso rancio. He buscado por toda la casa sin dar con la causa del olor. Debe ser el moho, el moho que todo lo pudre, ese hongo enfermizo. No es como las setas, las setas sí me gustan; se pueden comer en ensaladas, pastas y con queso de cabra, como las hacían en aquel restaurante en la Avenida de la Paz, al sur de la ciudad. Y pensar que Pasteur encontró un uso al moho. En el fondo Pasteur no era más que un cocinero que se equivocó de ingrediente. Es increíble que el moho pueda servir para algo, ese hongo desagradable.
Cómo extraño cuando iba a comer a los restaurantes de la Avenida de la Paz, comí en todos ellos. Allí nadie te exigía nada y podías simplemente ver a la gente pasar mientras comías las setas con queso de cabra, un guajolote en mole poblano, bebías un Cabernet Sauvignon del Valle de Guadalupe y comías una tarta de moras con chocolate blanco y un expreso bien caliente. Ahora ya no puedo ir a los restaurantes. Ya no estás tú y siempre llueve y sabes que odio comer solo. A pesar del silencio mutuo que nos profesábamos, nos disfrutábamos el uno al otro como compañía. Ya no estás y sigo siendo un tipo bastante silencioso; no es que no me agrade platicar, sino que a nadie parece importarle lo que yo pueda decir; he sido invisible durante muchos años y me es terriblemente difícil dejar de serlo. Simplemente parece que no encuentro el valor para decir de buenas a primeras: “¿cómo estás?, me llamo tal y yo soy el profesor de estética”, simplemente no puedo. Y no es falta de entusiasmo ni de ganas ni de interés, porque en la Universidad hay mujeres muy guapas y de mucho porte.
Tampoco creo ser inseguro, bueno, se que no soy un adonis pero también se que no soy feo. También se que te hubiera gustado que siguiera con mi vida, que encontrara una mujer y me casara y llevara a cabo con ella el plan de vida que nosotros esbozamos, pero eso es imposible y lo sabes. Sería como haberle robado los planos de “La Sagrada Familia” a Gaudí y llevarme el crédito; seré muchas cosas, pero ladrón nunca. Por más que te hayas ido yo te tengo muy presente, tan cercana que, a veces, de noche, me levanto y voy al refrigerador por un vaso de leche, lo caliento en el microondas (treinta segundos, como te gustaba) y lo llevo de regreso a la recámara, porque sé que a media noche te da por tomar leche y no te gusta levantarte porque se te enfrían los pies y luego ya no puedes dormir. Sigo llevando a veces la leche, llego a la recámara y veo que no estás en la cama, entonces recuerdo que ya no estás y me bebo la leche por ti, y a veces lloro.
Después suena el despertador, en calidad de zombie o cosa peor me levanto y me veo en el espejo ese que tenemos en el baño, ¿recuerdas?, es de esos que no se empañan, y como me gusta rasurarme mientras me baño, pagué una fortuna por el. Pues me veo en el espejo y me regresa la mirada un viejo despeinado y con lagañas, cada vez es mas difícil esconder las bolsas que se me hacen debajo de los ojos, pero en fin. Me baño con agua caliente porque el frío me desagrada, ¿recuerdas aquella noche en que nos quedamos despiertos platicando en el bar del hotel de Cancún?, esa vez te conté que cuando me retirara podríamos vivir cómodamente pero sin excesos en la playa, con mi pensión y las regalías de mis libros; sabes que el clima de la playa me gusta y que el frío me aterra, como cuando fuimos a expensas de la Facultad a un curso en Essex, tú eras una jovencita de veintiún años y yo un profesor de poca monta de treinta y dos. Tu habías conseguido una beca para tomar el semestre allá de intercambio (claro que yo ayudé a que te dieran la beca, nunca te lo había dicho) y yo fui por una investigación que estábamos trabajando en conjunto sobre David Hume, o al menos esos fueron nuestros pretextos. En realidad nos fuimos a besar como locos por todo el campus, tú a hacer compras para tus amistades y familiares y yo a hacer como si entendiera a Hume. En nuestros ratos libres íbamos a los cafés y tu siempre insistías en que te acompañara a comprar tal o cual cosa, porque al hijo de la amiga de tu prima todavía no le comprabas nada. Fue la primera vez que saliste del país, ¿recuerdas?; lo único que compré yo fue un abrigo de tweed y una bufanda; llegué muy feliz con mi abrigo a modelártelo y te burlaste de mi, después me besaste e hicimos el amor en una oficina desocupada, mi abrigo quedó en el suelo y cayó sobre de él una taza de café que estaba en el escritorio que fungió de soporte. Que caras son las tintorerías inglesas.
Salgo de la regadera y de paso mojo todo el piso, jamás lograste cambiarme ese hábito. Y es que no me gusta usar toallas porque siento que solo embarran la grasa de un lugar al otro sin realmente secar; a pesar del frío, me gusta secarme al natural, y permanezco de pié junto a la ventana (afortunadamente nadie puede ver hacia aquí desde la calle y los vecinos que sí tienen acceso visual a mi ventana por lo general se despiertan a las once) espero a que la brisa del mohoso verano lleno de lluvias seque naturalmente mi cuerpo y procedo a vestirme. Te parecerá curioso, pero sigo usando los mismos calcetines que me regalaste hace dos navidades, esos que parecen de boy scout, azules y con rombitos rojos; no se si fueron una broma porque nunca me lo dijiste, pero son realmente ridículos y los uso porque me gusta sentir en mis pies el calor que generaban los tuyos cuando dormíamos en la misma cama.
En general no he hecho cambios a la casa, mas que los indispensables, como arreglar focos y cosas así, pero todo sigue igual, aunque tus cosas se las llevó tu hermana, argumentando que no me haría bien vivir con tantos recuerdos desperdigados. No lo se, escondí algunas cosas de las garras saqueadoras de tu hermana y ahora me siento peor, porque ya no hay recuerdos completos sino retazos de recuerdos; aunque la mejor parte me la quedé yo. Me quedé con tus besos y tu olor. Antes de que te fueras la casa nunca olió a moho y queso rancio, y eso que nunca hiciste la limpieza, eso me tocaba a mí, tu leías el periódico y te divertías viéndome hacerme bolas con el trapeador, la aspiradora y los jabones. Yo pretendía enojarme pero en el fondo te amaba aún más por ser infantilmente despótica, inocente, como una niña caprichosa, además de que me agradecías mis labores domésticas en la cama.
Los domingos siempre eran los días de descanso, en los cuales no precisamente descansábamos. Íbamos a rentar películas, a eso de las once de la mañana, con la resaca de los sábados y las reuniones de “intelectuales” a las que asistíamos: presentaciones de libros, lecturas públicas, exposiciones, inauguraciones, galerías y demás pretextos para un brindis que siempre terminaba en borrachera y rato agradable de marxismo incendiario con los íntimos; aunque yo nunca fui marxista por convicción salvo cuando estaba pasado de copas. Sólo borracho uno se atreve a creer que puede cambiar el mundo a sus casi cuarenta años siendo profesor de una universidad que dista mucho de ser la de Berlín. Los domingos, además de rentar películas íbamos al súper a comprar las vituallas de la semana, que no eran muchas; los dos comíamos siempre fuera, a ti no te gustaba cocinar y yo solo lo hacía en ocasiones especiales, como en tu cumpleaños, cuando te hice un pastel de receta de mi familia; o en nuestros aniversarios, cuando preparaba pasta con salmón o ternera en roquefort, eso sí, cuando cocinaba lo hacía muy bien. Nuestra compra semanal incluía dos o tres botellas de vino, café, algo de pan, algunas frutas y verduras (que casi siempre se echaban a perder, esperando cual novias de pueblo, al valiente caballero que habría de convertirlas en sopa u omelet) y cigarros, muchos cigarros, los dos siempre hemos fumado mucho. Los domingos de regreso a la casa parábamos en una tienda naturista donde comprábamos jugo recién exprimido y donitas de salvado (nunca me lo quisiste confesar, pero yo siempre supe que le tenías una aversión terrible al estreñimiento, miedo infundado, en gran medida, por tu madre). Todo esto lo hacíamos en completo silencio, casi con prisa de llegar a la casa y empezar a desnudarnos. Los domingos eran días de películas y sexo, los dos andábamos desnudos todo el día, de un lado al otro, aprendiendo a vernos con naturalidad, estudiando cada pliegue de la piel del otro, asimilando los propios defectos y portándolos con orgullo. Recuerdo tu desnudez de domingo; era diferente de cualquier otra desnudez tuya, porque cuando uno hace el amor entre semana nunca sabe tan bien como en domingo; entre semana hay muchas presiones y cosas por hacer, no puede uno distraerse por completo del trabajo, mientras que los domingos uno no tiene problema, todo mundo llega en blanco los lunes y hay que volver a empezar.
Lo que más extraño de tu desnudez es el color de tu piel en esas zonas donde no es común que te dé el sol, y ese lunar que tenías en el glúteo izquierdo. Recuerdo que parecía sonreírme con coquetería, invitándome a hacerte el amor una vez más. Y más que el acto sexual en sí, lo que me gustaba era estar tendido junto a ti, los dos desnudos, abrazándonos, yo leyéndote un cuento, declamando una poesía o susurrándote una canción, con mi muy desafinada voz. Después nos poníamos las batas que nos llevamos a escondidas del hotelito en París que nos pagó la Facultad cuando fui a dar unas conferencias a la Sorbona; una vez que estábamos en nuestras batas robadas nos lanzábamos miradas de complicidad y una sonrisa de niña se dibujaba en tus labios al recordar a la pareja de intelectuales que exponen en la Sorbona y se roban batas del hotel; lo acepto, fue bastante cómico y bastante humano, jamás hemos cometido ningún delito, ni tú ni yo, y allí nos tienes, jugando a ser arriesgados. Después veíamos una o dos películas de las que habíamos rentado, hasta que tu te quedabas dormida; entonces yo apagaba le tele y te veía, atento a cada inhalación y exhalación, y a veces lloraba. A veces también iba por mi cuaderno de dibujo y un lápiz, e intentaba dibujarte con mis torpes manos, más acostumbradas a un teclado y a trazar garabatos ilegibles en el pizarrón que a sostener con destreza un lápiz y menos aún arrancarle una figura que no fueran monitos de palitos y bolitas.
Los domingos eran mis días favoritos, de vez en cuando pienso en mi retiro, cuando todos los días sean domingo. ¿Qué voy a hacer entonces?, me hubiera gustado tener nietos, pero para tenerlos hay primero que tener hijos y ya me siento muy viejo para eso, además no sabría ser padre, me conoces y sabes que no soy de carácter fuerte, soy más bien tranquilo y reflexivo. Además, para tener hijos necesitaría una compañera y francamente no me siento capaz de conseguirla y tu ya no estás conmigo. Se que más de una alumna se enamora de mi por semestre, pero no puedo corresponder; tú me dejaste como atrofiado, jamás contemplé la idea de que te fueras a ir, yo que soy tan reflexivo, evidentemente fallé, y ahora no puedo corresponder a las señales de afecto. Y no es sólo la desconfianza que me causa, se de casos en los que alumnas se han acostado hasta obtener su título, sino que cuando una mujer se aproxima a coquetear conmigo, inmediatamente me pongo colorado, como un niño, empiezo a balbucear y fijo los ojos en el piso. No se porqué me pasa eso, antes de que te conociera, y aún cuando te conocí y me enamoré, yo era todo un donjuán, y no precisamente por mi apariencia, sino porque sabía tratar a una mujer. ¿Recuerdas cuando te escribía versos y los dejaba en la mesa de la cocina junto a tu café recién hecho?, pues todas esas cosas de elemental trato de cortejo me las enseñó mi madre, mujer sabia en la vida; ella me preparó para ser una buena persona, y creo que lo soy, y es eso lo que te atrajo a mí, un profesor doce años mayor que tu, con las canas adelantadas.
Pasábamos la mayor parte del día en silencio, no porque no tuviéramos nada que decir, sino porque nos entendíamos mejor cuando no hablábamos, era como si nuestras mentes se unieran y pensáramos lo mismo todo el tiempo, yo sonreía cuando tu lo hacías y terminábamos los dos doblados en el piso, como niños, en un ataque de risa causado por cualquier estupidez.
Ahora que ya no estás vendí el coche. Tu eras la que lo usaba, sabes que a mí nunca me gustó manejar, prefiero caminar, es más lindo y se pueden ver más cosas. Vendí el coche, si, pero compré una moto, no se porque lo hice, ya se que tu las odias porque tu hermano casi muere en una, pero yo la compré y ahora voy a la universidad en moto, donde mis alumnos varones parecen fascinados por mi estilo de vida: profesor, Doctor en Filosofía, especialista en Estética, cuatro libros publicados y motocicleta nueva. A mi no me sorprende. Se que no es cualquier cosa y no siento que sea yo mediocre, porque me lo habrías dicho tú. Sin embargo me siento un tanto solo, y no del tipo de soledad agradable, como en la playa; más bien me siento como si me hubieran robado algo sin saber exactamente qué fue.
Y ahora, en mi motocicleta, puedo ir más seguido a tu tumba, a llevarte flores y cartas como estas, se que es extraño que te escriba nuestra vida, todo eso ya lo sabes, bueno, lo de lo moto no, pero no puedo escribirte de otra cosa, porque tu vida interrumpió la mía; cuando se acabó la tuya, la mía dejó de tener sentido. Y entonces comprendo que fue lo que me robaron, de hecho tú eres la que lo robó; tú robaste mi vida. Y no es que me moleste porque sabes que te la hubiera entregado sin chistar.
Se que ya no estás conmigo y me duele y a veces lloro, pero quiero que sepas que aquí, en tu tumba o en cualquier otro lugar en el que te encuentres, yo te amo, con la pasión de Neruda, los tulipanes que tanto te gustaban y tu desnudez de domingo.

Ricardo.

1/23/2007

"Los teólogos"

Magnífico cuento de Borges, viene el la colección de libritos azules bajo el título de "el Aleph". En este cuento Borges trata en voz de sus personajes el ridículo del argumento ontológico de la escolástica del medioevo.
San Buenaventura (1221-1247), propone que la filosofía conduce necesariamente al error si no es guiada por la luz de la fe; sin embargo, Borges, en este cuento, expone que las cosas son más bien al revés, la filosofía es la que debe orientar la teología.

12/14/2006

Welsh

A raíz de la lectura de Welsh titulada "Porno", he llegado a creer que en definitiva la moral postmoderna es un tanto más vacía de lo que consideraba; en mi corazoncito de pollo quedaba un rayo de esperanza alentadora que ha desaparecido, ahora sé que ya no queda nada...
Vivimos en el ensuño absoluto de un mórbido programador que se divierte viéndonos caer cada vez más bajo, nuestra circunstancia demanda vómito y desgracia. El resto de las cosas son representaciones de la porquería.
Diría Gino: "Todo mal, viejo", en efectiva, todo mal, apestado y vulgar, somos parte de esa masa vulgar, cosificada y pestilente de la que pretendemos quejarnos...
"somos fríos (y mórbidos) pornógrafos"
Humanitas est “la canaille” stryga! Relapsa! Heretica! Pregant! Igne carburetur.

12/07/2006

Salvador Novo

BREVE ROMANCE DE LA AUSENCIA
Único amor, ya tan mío
que va sazonando el Tiempo:
¡qué bien nos sabe la ausencia
cuando nos estorba el cuerpo!
Mis manos te han olvidado
pero mis ojos te vieron
y cuando es amargo el mundo
para mirarte los cierro.
No quiero encontrarte nunca,
que estás conmigo y no quiero
que despedace tu vida
lo que fabrica mi sueño.
Como un día me la diste
viva tu imagen poseo,
que a diario lavan mis ojos
con lágrimas tu recuerdo.
Otro se fue, que no tú,
amor que clama el silencio
si mis brazos y tu boca
con las palabras partieron.
Otro es éste, que no yo,
mudo, conforme y eterno
como este amor, ya tan mío
que irá conmigo muriendo.

Salvador Novo.

Es increíble que este bello poema lo haya dedicado a otro hombre; claramente podemos apreciar que las preferencias sexuales no influyen en la genialidad.

12/06/2006

"No sos vos, soy yo"

Fragmento de un diálogo de esta muy simpática película argentina.

Psicólogo: ...Borges decía que...
Protagonista: A mi Borges me chupa un huevo, lo que y tengo es una depresión ojete...

Nos hace pensar en esos momentos de la vida en los que, como decía Antono Machado "cuando de nada nos sirve rezar...", es triste, pero hay veces en las que ya ni llorar es bueno.

11/29/2006

Jean - Paul Sartre


Sartre es uno de los más grandes filósofos del siglo XX, su sordidez es un pronóstico deprimente de lo que nos depara el futuro. Su obra máxima es "El ser y la nada", además de múltiples y famosos trabajos de orden literario-artístico. Escribió también una pastorela.
Su estrabismo es de otro nivel.

La fosa común

Despertó de la pesadilla y notó que un sudor frío le recorría la frente, se estremeció y se secó el sudor con el sarape en el que estaba envuelto. “que horror”, pensó, sentía más un miedo racional que el temblor propio del pánico. Trató de recordar lo que había sucedido en las últimas semanas pero todo estaba borroso, eran apenas recuerdos en imágenes que se le presentaban indiscriminadamente y sin una secuencia temporal, se tranquilizó un poco y trató de reconstruir los hechos comenzando por averiguar dónde estaba, se levantó y encendió un cerillo que tenía en la bolsa del pantalón; la luz tenue que arrojaba e fuego no alcanzaba a mostrar ninguna silueta clara, todo estaba lleno de sutiles y sugestivas figuras, notó que el aire era denso y había un desagradable olor a establo, caminó algunos pasos y se dio un severo golpe en la cabeza con una forma que no podía identificar, el pánico le sobrevino al ver que con lo que se acababa de topar despedía un desagradable olor cadavérico, para asegurarse echó hacia delante las manos y el cerillo que llevaba cayó apagándose, comenzó entonces a tentar las formas, con lo que se había golpeado tenía una extraña y nueva textura, la forma era blanda y fría, algo húmeda y en total repugnante, fue entonces cuando el asco le sobrevino, un mareo incontrolable seguido de las desgracias imaginativas lo hizo caer de bruces, al azotarse notó como lentamente se desvanecía y volvía al mundo de los sueños, antes de perder la totalidad del conocimiento comprendió que el hedor cadavérico procedía de sus mismas entrañas, era un cadáver más en una fosa común, un muerto que nadie reclamó, un vil cuerpo descomponiéndose, llenando su espacio con su maldita peste, estaba muerto.

11/16/2006

Las barreras comunicativas


Marcel Marceau es sin duda un ícono moderno de la melancolía; su expresión corporal reta el valor de las palabras, al verlo el sutíl significado de las palabras se desvanece y es suplantado por una emotividad posesiva que en momentos parece arrancar el alma del espectador y llevarla a un mundo fantástico donde las barreras comunicativas son nulas, el lenguaje poco a poco se transforma en una especie de entidad ultraracional que se escucha con el corazón. Éste es un tributo póstumo a Marcel Marceau, el gran mimo.

11/09/2006

La danza de las Valquirias


Magna obra musical es ésta, Richard Wagner nos hace partícipes y casi cómplices de esta bella epopeya musical, muy recomendable para esas tardes en la soledad de la casa, a su ritmo te podrás disfrazar de caballero Jedi y usar un palo de escoba como sable de luz; también es recomendable para manejar en el Periférico o en Insurgentes a las dos de la mañana cuando no hay tráfico; lo único que Wagner no previó es la respiración de Darth Vader que hace más emocionante esta sublime obra.

10/12/2006

El Grito


Eduard Munch es sin duda uno de los mejores artistas románticos, su obra, por lo general refiere a la soledad y al vacío; en ésta su más famosa, titulada "el Grito", expone el dolor en su forma más expresiva.
Munch, a su vez, es un ser melancólico que, al igual que Rachmaninof, pasó largas temporadas de su vida en el manicomio; su depresión lo llevó a dejar sus obras abandonadas en un bosque y esperar a que el moho las destruyera.

Hegel



Ésta sutil imagen de Hegel pretende de cierta manera postmodernilla ser jocosa, desde una apreciación artística compatible con el zagalismo, podemos considerar que es una espece de encuentro entre el nóumeno que en este caso particular sería el trasfondo apreciable de la silueta de Hegel, y el fenómeno, que serían los llentes con nariz y bigote.

10/05/2006

¿Zagalismo?

El Zagalismo es una corriente de interpretación artística que consiste en adaptar e incorporar a la vida como dogmas de fe las nociones del Dr. Zagal.

Ars et sapientia

Éste blog tratará de ser lo más objetivo posible y está totalmente abierto a críticas y sugerencias (mentadas de madre abstenerse), en él trataré y desentrañaré los enigmas que se esconden detrás del arte contemporaneo a través de una visión estética que pretende ser un neo hegelianismo chistosito.