6/15/2007

Carta No. 2

Hoy me han pedido direcciones. Era una pareja joven, que produjo en mi el ineludible recuerdo de cuando fuimos a Venecia. Pero hoy no había canales ni romanticismo, solo el triste parque de siempre que separa la casa de la cafetería.
Hoy me pidieron direcciones. Me gusta que me pidan direcciones, me da una oportunidad de inmiscuirme en la vida de otros, de tomar un papel algo paternalista (que se nota siempre en la voz), explicar como si fuera un anciano venerable los qués y los cómos de mi colonia, porque es mía, lo sabes, he vivido aquí desde hace más de treinta años.
Hoy me pidieron direcciones y me acordé de ti y de mí. Hubiera querido que esa joven pareja se quedara a hacerme compañía, intenté ser franco y simpático, incluso traté de hacer conversación, pero un rayo seguido de un trueno premonitorio sesgó la breve plática sobre el clima. Aquí es otoño y ya empieza a hacer frío, me duelen las rodillas de vez en cuando y eso es clara señal de que se acerca la Navidad. La Navidad para muchos es una fiesta feliz, hay regalos y champaña, hay pavo relleno, ensalada de manzanas con nuez, peladillas, pastel de frutas y cerveza “Nochebuena”.
Ahora que se acerca la Navidad y los terribles fríos de diciembre saqué de su funda mi viejo abrigo, que me hace ver aún más gordo, pero eso ya no importa, porque ¿quién se fijaría en mi?, ya soy mayor, tengo pelo escaso y canas abundantes y una barriga que parece un globo, que está en constante pulla con el cinturón. Soy un costal de monerías. De chico me decían que era yo un estuche de monerías, pero ahora que mi barriga parece la de un gato inflado y tengo un pequeño saco de piel oscilante debajo del mentón pienso que el término “estuche” no alcanza a agotar el género de mis tripas. Ahora soy un costal.
Cuando fuimos a Venecia los dos éramos unos chiquillos, nuestras pieles estaban todavía en su lugar, no nos daba vergüenza desnudarnos. También en Venecia fue la primera vez que te dije que te amaba. Lo recuerdo muy bien, te lo dije debajo de un puente, en la noche, mientras te mecías en mis brazos; te lo susurré al oído y tú te hiciste la loca.
Ahora, cuando veo las estrellas también me acuerdo de ti, de cómo no me amaste durante tantos años, de la noche en que te fuiste sin decir adonde y de las interminables noches de ausencia. Y no es tu ausencia la que me preocupa, pues se que nunca fuiste del todo feliz conmigo, me preocupa mi ausencia, porque a veces me pierdo, pensando en ti, en los detalles, en el capuchino con dos de azúcar que tomabas en las mañanas y en tus labios.
Hoy que me han pedido direcciones me he acordado de ti y de mi, de nuestro principio prometedor y nuestro inevitable final. Las partes de en medio me las he saltado porque se que no te importan. Y pensé que consumimos tu y yo la vida del otro, nos exprimimos, nos obligamos a ver lo que queríamos ver, las Navidades en casa de tus padres, tus amigos y los míos juntos en la casa, las flores que yo no te daba y las cartas que tu no me escribías.
Se que soy viejo, pero también se que, en el fondo, sigo siendo el mismo niño que te confesó su amor bajo aquel puente en Venecia, sigo siendo el mismo joven que se casó contigo hace tantos años. La edad sólo ha borrado un poco de mi ingenuidad primeriza, ahora se que nunca me amaste, porque me lo habrías dicho aquella noche estrellada en Venecia, bajo ese puente al que ahora vuelvo.
Y, sin embargo, noto que el puente no tiene nada de espectacular, ni la noche estrellada, ni el beso, ni Venecia tiene nada de mágico. Noto que tu nunca fuiste sincera, que yo sólo fui una de esas cosas pasajeras que duran demasiado, como una turbulencia en un avión o una lluvia de verano, como las flores que nunca nadie quita del florero aunque estén marchitas. Pero lo que tu no has visto es que esas flores que decidiste abandonar el florero de tu vida generaron semillas, fértiles con tu agua. Se llaman Ángel y Paloma, los conoces, son nuestros hijos.
Demoraste demasiado en el viaje hacia mis adentros, y se te fue la vida como el “vaporetto” que perdimos en Venecia, por besarnos demasiado. Ya también eres vieja y me dicen que con él eres feliz a su modo, que viven en Cuernavaca y que él es seis años menor.
La noche que me dejaste sin decir nada te fuiste a vivir con el. Antes me importaba, pero mi ausencia me ha llevado a olvidarme de todo. Fui madre y padre de nuestros únicos aciertos, y aunque me visitan cada dos o tres días, los noto contagiados de mi misma ausencia, no la que me provocaste tú, sino la mía, que es como una entidad aparte, diferente, autoinducida.
Y esa ausencia me hace olvidarte todavía mas, te alejas en mi memoria como un tren, haciéndote más y más pequeña cada vez, porque ni Ángel ni Paloma se parecen a ti.
Ángel es muy serio, tiene un muy buen trabajo y está estudiando una maestría, Paloma se casó con un buen tipo, algo simplón, como yo. Ella es dominante y férrea, estudió medicina y trabaja con pacientes con cáncer, quizás cuando yo me muera no le sorprenda demasiado.
Hoy me pidieron direcciones y me encontré hablándoles a un par de jóvenes desconocidos sobre el clima, la colonia y la calle por la que me preguntaron. Me sentí ridículo. ¿Con qué autoridad doy yo direcciones?
Después de haberles explicado como llegar a aquella calle, compré un capuchino, con dos de azúcar como sé que te gusta y me senté a llorar, en mi ausencia nadie me da direcciones.

Ricardo.